jueves, agosto 15

Roja de Atar

Cerró la ventana. En el jardín florecían mientras los ojos las miraban. Clavarse una espina de rosa es igual a sentir la dulce miel en la piel, una herida que nunca cierra.
Abrió la puerta del fondo, el crujido para olvidar. Como la vida surgiendo de la muerte, un rayo de luz pululante se pinchó con la espina. Los ojos deslumbrados salieron rodando acaramelados, atolondrados, desviados. De nada sirvió intentar retener con las manos, de la herida comenzaba a brotar otra vez.

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