viernes, septiembre 20

Meandros

 Tenía la garganta seca. Acezando, manotea la botella en la mesita de luz mientras se le llena el cuerpo de fastidio debajo de las sábanas. Más a un costado o por el borde, libros que terminan por el piso y el ruido punzante de un anillo contra el suelo. En el silencio de la noche todo se transforma y agiganta. Incluso un monstruo de faringe encendida puede aparecer sigilosamente debajo de la cama, listo para tomarte por sorpresa.
  Todo vuela y cae en la oscuridad, con ojos cerrados se levanta la bestia y a tumbos las pisadas resuenan hasta que llegan a la cocina. Botella que se reencuentra con manos que la sujetan violentamente, la raptan, la abren y le quitan su contenido cuando labios resquebrajados se hacen de su pico. Ella gime y suplica, el agua la abandona. Pero el monstruo aún sigue sediento, todo se evapora en sus fauces ardientes. Luego del dulzor del agua escondida, se vuelve para continuar con el sueño que hace poco soñaba. 
  De regreso al lecho, contundente se acuesta y su cuerpo respira. No tarda en recorrerlo un escalofrío desde la nuca. Oye el silencio, y entre la sospecha una respiración a su lado. El peso de algo o alguien en su colchón. Petrificado no atina a prender la luz, y un sudor recorre sus manos conturbadas. Siente cómo se acerca la presencia y cómo parece observarlo. Siente la humedad que lo envuelve y empapa lentamente las sábanas. Se estremece con el vaivén de su cama, y un murmullo constante viene desde abajo. Trata de ignorar todo, de dormir aunque sus mandíbulas traten de apresar su aliento. En su lecho, río abajo se desprende un tronco, que queda flotando a la deriva otra noche más.

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