jueves, julio 11

Cliché (con Dante y Santi)



Se estaba haciendo tarde. Y ella cansada. Pero no se quejaba. Rodeada de gente agradable, los rostros se confundían con la luz palpitante. La música marchaba en sus oídos y una bella sensación la mantenía en vilo. Cosquilleo en el vientre, navegaba por alta mar. Reía alelada, primorosa, acicalando la conversación con aires de coqueteo. Siempre con esos matices imitados de gracia y amor. Sintió una perturbación en su cadera, teléfono llamando otra vez. Era él, pero no iba a responder. Esa noche acabó prematuramente. Avergonzada, ella rechazó cualquier intento de aproximación, en la oscuridad no se notaron sus ojos lúgubres.

Y al llegar a la entrada de su edificio, esta vez sin compañía, echó una mirada fugaz cruzando la calle para comprobar que seguía allí, observándola a través de las rejas e iluminada como una visión. Para constatar que no se fue, que no la había abandonado.

Una mañana perdida en sueños, un despertar con boca seca y sin ansias. La tarde soleada la invitaba al footing palermitano, a la oxigenación dominical. Pero fue empujada a permanecer en su sillón, agobiada, acecinada. El teléfono volvió a acosarla. Lo ignoró. Hacía días que él no sabía nada de ella. O eso quería creer. Tirada, recordó cómo la había aferrado la última vez. Sentía el peso sobre su cuerpo, como aplastada yacía en el sofá. Impresas en su memoria, las palabras que le dijo antes de entrar al fastuoso hotel, la ataban a la humillación, a la desesperación. La enervaba no haber dejado claras las cosas. Quizás él era así con todas, primero las envolvía en zalamerías, las llenaba de frenesí, pero nunca irían a faltar esas súplicas patéticas, esos besos carentes de amor. Con sólo la intención de invitarla a que cayera embelesada por sus lujos, se dio cuenta qué aparentaba. No era lo que buscaba, más allá de no mostrarse insatisfecha frente a un tipo serio como él. La molestia ofuscaba el recuerdo del placer. Porque no hubo más deleite que el carnal. Odiaba su lascivia. Pero no se quejaba. Cesó de sonar el teléfono y otra vez se dejó llevar por la televisión llena de morbo, filantropía y egoísmo, que consolaba a su corazón inquieto por la culpa. De vez en cuando su mirada se desviaba a través del balcón, podía divisar la vereda y a ella, que la esperaba como una efigie. En no-tardes como esas solía acordarse de su juventud, que tan olvidada la tenía, pese a ser casi una niña.

Salió temprano, un día ocupado con cosas que consumen tiempo para hacer. De desayuno, cautelosa fue a fotografiar el bostezo de la muñeca de enfrente. Luego continuó su rutina de crearlo todo, distraerse de todo. Primero la revista, buscó trabajo para la semana. Después voló por los lugares habituales, haciendo piruetas por acá y allá, pispeando a conocidos y no conocidos, envolviéndose en charlas que a la noche no recordaría. Lo único que permanecería en su cabecita serían los minutos que pasó frente al escaparate, como otras veces cuando volvía a su refugio. Instantes de sosiego y admiración, abstraída completamente del mundo. Vestida de colores y bordados con pedrería, aquella era dueña de un cuerpo esbelto. La imaginaba suave, mientras pasaba los dedos entre su cabello. Parecía gozar de su desplante como una ninfa, sonrosada venustez que poseía. Y cuando contempló con timo sus ojos reflejados en el cristal, la mujer volada le susurró “qué bella eres”, suscitando su escepticismo, elevada su duda al aire. Hesitaba entre creer o no creer, que ella era (curiosamente) la que debutaba en el arte del amor. Lo triste sobrevino cuando él se intercaló, arruinando el nimbo. Ella lo vio esperándola en el umbral y de inmediato receló. Hola, amor, ¿Qué hacés acá…? Nada, vine a verte, ¿Te gusta la ropa de ese local, no? Ya sé, voy a comprarte algo. Ella se opuso con las fuerzas que le quedaban. No iba a permitir que la viese. Debía salvaguardarla como sea. ¿No querés pasar a tomar algo? Perdoname que no te llamé, estuve muy ocupada estos días, pero sería mejor subir si querés, estoy cansada en verdad. Jugaron el juego que siempre se presta fácil, terminaron desvanecidos con el deliquio. Ambos pensaron que no existía mejor relación que dos cuerpos comprendiéndose a la perfección. Por un momento se sintió miserable, compartiendo su cama con alguien, pero no se quejaba. Modesta le dio la espalda, segura de que se iría temprano y arrullada dulcemente por la ninfa, se durmió inmóvil.

Redolaba en la cama, contorneando la silente silueta en el sueño, la figura sin cabeza, tratando de alcanzar… y a la mañana con su cámara daba vueltas por el rosedal. Enfocaba lo que le apetecía, tenía paisajes en su mirilla, tenía ellas y ellos que antaño eran hermosos, ahora parecían moverse tordos, enormes, idiotas. Pero tenía margaritas en su cabello, a punto de ser deshojadas, me quiere no me quiere. El mediodía transido de café, angurrias diarias que intensifican al cénit de la pereza. A la tarde cayó por la redacción, dejó las fotos para revelar. Más tarde se brindó un poquito de contentura nocturna, amigos y amigas, risas y humo. Pero no se quejaba, porque al final regresó con su sombra, redimida de su exhaustiva tarea, consagrada al lecho y en su futuro soñar, a ella. La despidió desde el balcón con un saludo de buenas noches, antes de volver a caer en el cobijo de la oscuridad.

Sonó el timbre. Desorientada se levantó camino a responder y como gato se desperezó, rayada de luz colándose por la persiana. Era él. Lo invitó a subir, no podía rechazarlo sin excusas. Mirando la hora, se sintió abatida, era casi mediodía. Acomodó un poco el lugar, se vistió rápidamente bajo la mirada del otro, mientras oteaba por la ventana. Cualquier cosa le sentaba bien, casi sin mirarse al espejo se maquilló y sin embargo estaba preciosa. Él la llevó a almorzar a su restaurant preferido. Alabó la calidad de las carnes y la educación del servicio, mientras ella apática, hastiada, apenas tocaba su ensalada. Él empezó a mostrar preocupación (fingida). Últimamente te veo cansada, ¿Estás comiendo bien? ¿Seguís yendo al gimnasio? Respuestas pobres, poco armadas, estaba realmente trastornada. Sí... no sé, no pasa nada, quizás será que me están dando más trabajo en la revista. El interrogatorio se sucedió con una discusión fuera del alcance público. Él no podía seguir permitiendo esta indiferencia. Mirá, voy a ser directo: creo que no soy el único en tu vida, decime si me equivoco, porque espero estar malinterpretando la situación. Ella seguía desconcertada, le hizo promesas que se juró a sí misma cumplir. Él se repitió varias veces. ¿Vos tenés idea con quién estás hablando, no? Pero ella no se quejó. Luego lentamente pasearon por el botánico, ella entrelazó su mano con la suya, caricia sumisa. Sintió repugnancia de sí misma. Reposaron en el jardín francés, el mínimo roce de sus cuerpos la volvía loca, quería huir. Más tarde el improvisado rendez-vous concluía en su esquina. La dejó partir desde el vehículo con un beso de despedida. Melifluo para él, superfluo para ella.

Apenas pisó el suelo, corriendo fue a verla, pero no dejó que la demorara más de lo necesario. Caminó hasta el negocio a buscar sus fotografías. Esperó, contenida por el ambiente familiar. Le devolvió la gentil sonrisa al empleado, recuperando el calorcito, la serenidad perdida. La tarde soleada se interrumpió apenas, con el llamado de una amiga, ocurrente invitación a tomar algo. Con la luna a su espalda finalmente aterrizó en el hogar. Dejó las cosas desparramadas por la mesa, y al vuelo agarró el sobre con los revelados, que llevó en un dos por tres hasta la cama. El silencio y la luz del velador, ella recostada sobre su panza, pasando velozmente las imágenes hasta encontrarla. La arremetió a primera vista. La sujetó con violencia, hasta entender qué ocurría. La vidriera, y del otro lado la ondina. Y en primer plano, se superponía tenue una mujer, con la cabeza escondida detrás de la cámara. Era una extraña composición.




Esta vuelta, en frente no había reja. La luz del escaparate prendida y el negocio vacío. Cruzó la calle y despacio se acercó. Su respiración se marcó sutil, y los ojos nebulosos contemplaban absortos. Era una verdadera fantasía. Su cuerpo sonriente, arrobado de tirada desnudez oculta. Alzada en la punta de sus pies, intentaba evadirse del reflejo y en un ínfimo balanceo perdió el equilibrio. Se reventó su pecho contra el vidrio, contuvo apenas el aliento. Extendió los brazos hasta ella, creyó dominarla en un cálido abrazo de bienvenida. Duró, duró el feliz ensueño, sin embargo se sintió vejada, iludida su ilusión. Se observó unos segundos, radiante e iluminada en el cristal. Luego manos frías la tomaron desde el cuello, golpeándola contra el suelo del local. Lloró vestida de colores y bordados con pedrería, terminó sofocada su cabeza, desarraigada y perdida.

lunes, julio 8

Ahora (en mis flores negras)

Ahora
Los tordos escuchan/ un suave lamento/ de frío metal, negro.
Ahora
Un signo en la tierra/ descansa mi pecho/ atisbo por un agujero/ hendiduras de anchas raíces/ deleite ocular
Ahora
Crean la vida/ contemplan lo triste/ se adora, se suelta/ ya no está más
Ahora
Crea una senda/ de miedo, pasión/ querencia/ ¿domesticación?
Ahora
No, jamás// mi alma/ se esquiva/ no se toca/ ni mira
Ahora
Un jardín sin personas/ no existe/ nadie lo vio//////////////////////////////////////////////////