jueves, agosto 29

Revuelo

revuelo


viento ¿Qué vuelo?

¿Qué torpe inauguró?

¿O traer viento, rumor trajo?

¿Cuándo trajo cercano, cuándo sino?
¿Cuándo rumor, cuándo sol?

Del vuelo,
 del lugar,
de para.

jueves, agosto 15

Roja de Atar

Cerró la ventana. En el jardín florecían mientras los ojos las miraban. Clavarse una espina de rosa es igual a sentir la dulce miel en la piel, una herida que nunca cierra.
Abrió la puerta del fondo, el crujido para olvidar. Como la vida surgiendo de la muerte, un rayo de luz pululante se pinchó con la espina. Los ojos deslumbrados salieron rodando acaramelados, atolondrados, desviados. De nada sirvió intentar retener con las manos, de la herida comenzaba a brotar otra vez.

miércoles, agosto 14

Piragón



Ardía. El calor se expandía hasta límites nuevos. Una plegaria de humo, subiendo desenfocaba el cielo gris. El muchacho observaba con la mirada turbia cómo se desdibujaba el pavimento. Vacía la calle, gente escondida mirando la escena tardía. Un cigarrillo se había consumido entre pitadas justo a tiempo para recibir las primeras gotas de agua. Solemne, alzó la cabeza y el llanto frío empezó a bañarlo despacio, a brindarle la humedad que sus ojos rusientes no conseguían proporcionar desde tiempos lejanos. Con el pelo mojado, fue la última vez que lo vieron entrar por el largo pasillo. Como si todos estuvieran esperando, enseguida salió uno con el balde a apagar los restos del breve incendio de basura.

Lo llamábamos el pirado, vivía sobre Miller y Quebracho en el primer piso de un PH. Se pueden decir muchas cosas sobre él, que no tenía treinta años aún, que sus padres ya habían muerto. O que solo, habitaba esa descuidada casa con ventana a la calle, siempre abierta día o noche. Que tiraba las colillas desde allá arriba tapizando la vereda adueñándose de ella. (Quién sabe si un día no nos tiraba una molotov). Que tenía una tía llamada Cecilia, la única pariente que le quedaba, y que ella como una santa le llevaba algo de ropa, comida y libros cada cierto tiempo. Nunca se supo si trabajaba, nunca saludaba ni hablaba con ninguno de nosotros.

A pesar de todo, hoy siento que vuelve a nacer el recuerdo casi ave fénix. El peligro antes tan presente se siente distante, quedó ya sepultado bajo las cenizas. Estas cuadras han oído muchos comentarios vanos, que era un paria más, que debería estar en el Borda, que tendrían que desalojarlo. Han escuchado con paciencia los reclamos inútiles. Y hoy que estamos sin estar, las calles siguen mudas, esperan como nosotros resignados esperábamos en silencio. De alguna manera él nos mantenía despiertos, un poco más vivos.

Una buena parte del año, todas las tardes de sol, por esa misma ventana que escupía cadáveres de cigarrillos, entraba la luz inquieta con su aura y a pleno iluminaba el tugurio de la recámara. Había un camastro y paredes blancas, pilas de libros, diarios y un arcón. Ahora vacía, no significa nada, es menos que antes, está incompleta. Algo obliga a permanecer fuera, el miedo a invadirlo, profanarlo y que el primer paso hacia la ventana sea el último. La ilusión del piso de madera agrietado, que se abre para dejar caer al abismo a quien espera gobernar sobre las mismas llamas que él engendraba.

Y tal como la madre de madres tiene cuatro estaciones al año, tenía sus ciclos el muchacho. Ocasionalmente se veía el resplandor de las llamas por el ventanuco alto del baño de atrás. Otras circunstancias requerían un poco más de calor. Basura, madera, ramas desperdigadas en la calle. Quizás por unos meses se contentaba con los juegos, los azulejos renegridos y el fóculo en la bañadera, pero a veces se despertaba con hambre y necesitaba algo más. Llegó a provocar un incendio en la casa de la inquilina del fondo y contemplarlo sádicamente desde la terraza hasta que llegaran los bomberos. Luego desapareció una semana. Otras veces cuando la oscuridad lo envolvía, iba hasta las plazas verdes de Valdenegro y se divertía en su propio circo, practicando con las clavas de fuego o simplemente quemando y dibujando anillos en el pasto, sentado en el centro hasta que el fuego comenzara a lastimarlo. Ciertas noches el muchacho salía a su techo, a fumar. Por ser una manzana irregular, los fondos coinciden de manera interesante. Hay un depósito que cubre tres lotes, generando un puente de chapa que la cruza de norte a sur.Este paisaje que toma formas ocultas cuando era frecuentado por el joven, lo veía atusar el cigarrillo entre sus dedos y mirarlo, mirar fijo sin pestañear. Besaba, succionaba con desdén pero rápidamente se dejaba conquistar por el humo. Deambulaba como perdido, descalzo, encorvado, sombra. Un sonador lo acompañaba, colgado del ventanuco alto del baño de atrás. Tal vez como se amansa a las fieras con música, las tenues campanillas lo dejaban respirar. Pero cuando no soplaba viento, arremetía loco de angustia cual felino encrespado y pegaba saltos que lo llevaban de techos en terrazas, corriendo finalmente sobre el galpón depósito.

Era aterrador para algunos de nosotros sentir la presencia constante de ese potencial peligro en la cuadra, saber que pies casi humanos resonaban en nuestro sueño, que el resplandor de una patrulla era sólo eso y no el crepitar de nuestro hogar. Luego esa preocupación fue transformada en rabia, odio. A veces surgía la pregunta desde todos los rincones ¿Por qué tanta ira? Creo ahora que no era eso. Es difícil de explicar, debe ser algo arduo de sobrellevar tanto tiempo. Quizás era más real para nosotros que para él mismo, quizás él era más desgraciado que nosotros.

Y hace unos días, cuando la lluvia borró la pequeña hoguera, pareciera habérselo llevado consigo. Luego de transir lentamente, ahogado en su soflama, después de tanto humo consumido. Fue la misma noche la que decidió tomarlo como hijo, y no pasó mucho tiempo hasta que nos dio su aviso. Ayer Cecilia apareció a contarme que lo cremaron en Chacarita. Y así como no queríamos creer que nuestra vida era con la suya, que los hechos se sucedían tanto para él como para nosotros, irreal es que haya fenecido el mismo muchacho que parecía nunca desertar, el pirado.

Ahora mismo está atardeciendo y todas las ventanas conocidas hoy se encuentran abiertas. Por ellas entra el viento que recoge la misma sensación en cada pecho. Insólita mezcolanza de alivio, desazón, añoranza, vahído. Un empireuma. Cada quien toma mate en su cocina, besando la bombilla como él besó el último cigarrillo, como quien celebra un ritual.