miércoles, septiembre 25

Irisco

Cuando intentes caminar por Irisco ten cuidado de no tropezar, pues estorbos y obstáculos abandonados bailan al compás de la marcha y la pavana. Las muchedumbres cegadas y embravecidas se acometen y van mezclando, llenas de ajetreados ciudadanos que no terminan de llegar a su destino para volver a emprender el camino y seguir infectando todo a su paso. Mirasoles que por no dejar caer su vista al muladar repleto de cachivaches en el que se han convertido las calles, se la pasan contemplando al padre sol que con su calor hace aflorar fétidos olores. Diagnosticada de cacosmia crónica la gente está, y ya no saben apreciar los efluvios y aromas delicados, las pequeñas cosas bellas entre tanta podredumbre. Enmarañados son los días que transcurren solitariamente rodeados de gente con caras alzadas y morenas, cuellos estirados y cervices dobladas. Desdichados todos son, que incluso en su madurez nunca llegan a sentirse abrazados por la beatitud de la vida.
Es así como nadie se percata de cómo por casualidad y a cualquier hora nacen, crecen y mueren flores, que se elevan entre la mugre y la bazofia. Flores e inflorescencias nuevas, desconocidas, expectantes. Híbridas, apétalas o con miles de pétalos sobreflores, de miles de colores desconocidos, transfloradas, opacas, invisibles, de texturas inéditas y perfumes inquietantes. Bellas y tristes. Flores tristes que sueñan con niños que las admiren y jueguen con ellas, con mujeres que se adornen con una entre sus cabellos, con pertenecer a una corona funeraria en la tumba de un ser querido, hombres que las regalen a su amada,  o por lo menos algún loco antófago hambriento que las saboree. Y tal como aparecen, se marchitan y se descomponen, sin fruto ni semilla, sin haber sido tocadas más que por una araña o el viento.


En Irisco todos eligen vivir así, como si tanto desperdicio y miseria no fuese suficiente. Creyendo que ésta es la opción correcta, el único camino al éxito, cuidando de transmitir su vana sabiduría a sus hijos. Sólo para terminar construyendo relaciones frágiles y estériles, quizás copia de las flores que no conocen, ni cuidan, ni aman, ni miman.

viernes, septiembre 20

Reparo

Yo, Rosa y su familia vivimos en este pueblo hace muchos años. Tuve la suerte de conocer a su hija María. Cuando ella tenía diecinueve (hará unos diez años atrás creo), una mañana caminaba hacia la parada del colectivo y fue atropellada por un chico que andaba en bicicleta. Pese a que no la golpeó muy fuerte, la muerte quiso llevarse a la joven María, cuando al caer su cabeza impactó el cordón de la vereda y desfalleció en el acto. El duelo fue largo, la lloraron y extrañaron, porque cuando una hermosa flor es arrancada, siempre se hace más duro el pesar y más terco el recuerdo. Sin embargo, la familia tomó la decisión de donar el cuerpo de la muchacha a la salud pública, es sabido que los cuerpos jóvenes siempre son bienvenidos y necesarios. 
La otra tarde, me encontré con Rosa en el vivero de la esquina de lo de Roberto, y me invitó a tomar unos amargos a su casa. Al entrar a la cocina comedor, noté las fotos viejas descansando arriba de la heladera y en la repisa. María estaba en varias de ellas junto a sus hermanos, con su amplia sonrisa, sus bellos ojos verdes. Entre la charla, los mates y las facturas, en una de esas Rosa me dice que tiene noticias de María. Mi primer pensamiento fue de pena, me pareció raro que anduviera diciendo esas cosas luego de tanto tiempo. Me dijo que un día se cruzó con alguien por la calle, que no era nadie en particular. Ni recuerdo ya si era mujer o varón. Estaba parada mirándola sin disimulo alguno, realmente confundida; mirando su rostro, tratando de buscar en la memoria ese lugarcito donde encontrara el día en el que había visto a esa persona. Me quedé seca cuando simplemente su mirada y la mía se encontraron, y te juro Luis, te juro que esos ojos verdes eran de ella. Si, aunque no me creas, mi María y yo juntas otra vez. 

Meandros

 Tenía la garganta seca. Acezando, manotea la botella en la mesita de luz mientras se le llena el cuerpo de fastidio debajo de las sábanas. Más a un costado o por el borde, libros que terminan por el piso y el ruido punzante de un anillo contra el suelo. En el silencio de la noche todo se transforma y agiganta. Incluso un monstruo de faringe encendida puede aparecer sigilosamente debajo de la cama, listo para tomarte por sorpresa.
  Todo vuela y cae en la oscuridad, con ojos cerrados se levanta la bestia y a tumbos las pisadas resuenan hasta que llegan a la cocina. Botella que se reencuentra con manos que la sujetan violentamente, la raptan, la abren y le quitan su contenido cuando labios resquebrajados se hacen de su pico. Ella gime y suplica, el agua la abandona. Pero el monstruo aún sigue sediento, todo se evapora en sus fauces ardientes. Luego del dulzor del agua escondida, se vuelve para continuar con el sueño que hace poco soñaba. 
  De regreso al lecho, contundente se acuesta y su cuerpo respira. No tarda en recorrerlo un escalofrío desde la nuca. Oye el silencio, y entre la sospecha una respiración a su lado. El peso de algo o alguien en su colchón. Petrificado no atina a prender la luz, y un sudor recorre sus manos conturbadas. Siente cómo se acerca la presencia y cómo parece observarlo. Siente la humedad que lo envuelve y empapa lentamente las sábanas. Se estremece con el vaivén de su cama, y un murmullo constante viene desde abajo. Trata de ignorar todo, de dormir aunque sus mandíbulas traten de apresar su aliento. En su lecho, río abajo se desprende un tronco, que queda flotando a la deriva otra noche más.

martes, septiembre 10

Nectandra

Si alguien mirase a Nectandra desde el firmamento, nunca pensaría que ese bosque inmenso esconde una ciudad oscura.Allí no hay luz solar. Un cielo verde, el amplio y denso follaje de los árboles supernos indica una competencia incesante que hace crecer lentamente sus troncos milenarios. Por tierra, no existe más que  suelo y ramas caídas. La savia emanada del bosque, es bebida por las cándidas criaturas que moran su lar. Corre siempre una brisa cálida estremeciendo las hendiduras de los refugios y silbando canciones para que sus risueños habitantes se contenten. Nadie sabe cómo se fundó Nectandra, y nadie sabe cómo es vivir a la luz del día. Existe algo intrínseco en este bosque que despierta un profundo y sincero amor a los oriundos y pasajeros, todos son obligados a permanecer junto a él por siempre.Pese a la noche permanente, existe una penumbra constante. Sus habitantes no necesitan fuego para alumbrar, siempre hay luminiscencia por donde quiera que estén. Cada quien duerme con su pareja cuando cansados están, acurrucados en moradas sin techos, no conocen lluvia tampoco. Los hombres galavardos hilan y tejen con telares antiquísimos, finos paños de matices metálicos y ambarinos. Con ellos confeccionan pampanillas que los protegen de las miradas. Tímidos y reservados, al contrario de las mujeres, que con su piel suave y la tersura de sus sinuosos cuerpos, recorren caminos y senderos, al buscar y traer los frutos que alimentan al amor que sienten unos por otros.Será por esas cosas que son difíciles de alcanzar, como subir un árbol de Nectandra hasta ver el cielo, que tampoco saben mirarse a los ojos, porque si cruzan sus miradas se encandilan con el aura que irradia el cuerpo del prójimo.

jueves, septiembre 5

Escuela de Aviación

Aterrizó suavemente sobre el pavimento
Mi mano sobre la tersura de tu piel
la blanca bolsa olvidada
y en el alféizar de tu hombro
coches que pasaron sin mirarla.
zorzales picaban mechoncitos de pelo.
Descuidada bolsa me quiso dar pena,
Como tu familiar sonrisa quería que continuara
me quiso convencer de su tristeza de abandono y ciudad
fui descendiendo por tu columna
que era temprano y frío hacía, que esperaba mucho ya.
hasta la nuca subí la escalerita
y un colectivo la hizo estremecerse
te diste vuelta y me estampaste uno ruidoso
cuando la ayudó a subir y cruzar la avenida en rojo
te alzaste sobre todo y más
hasta desaparecer de mi vista
(hasta desaparecer de mi vista) junto al cielo raso.
en el amanecer.