La otra tarde, me encontré con Rosa en el vivero de la esquina de lo de Roberto, y me invitó a tomar unos amargos a su casa. Al entrar a la cocina comedor, noté las fotos viejas descansando arriba de la heladera y en la repisa. María estaba en varias de ellas junto a sus hermanos, con su amplia sonrisa, sus bellos ojos verdes. Entre la charla, los mates y las facturas, en una de esas Rosa me dice que tiene noticias de María. Mi primer pensamiento fue de pena, me pareció raro que anduviera diciendo esas cosas luego de tanto tiempo. Me dijo que un día se cruzó con alguien por la calle, que no era nadie en particular. Ni recuerdo ya si era mujer o varón. Estaba parada mirándola sin disimulo alguno, realmente confundida; mirando su rostro, tratando de buscar en la memoria ese lugarcito donde encontrara el día en el que había visto a esa persona. Me quedé seca cuando simplemente su mirada y la mía se encontraron, y te juro Luis, te juro que esos ojos verdes eran de ella. Si, aunque no me creas, mi María y yo juntas otra vez.
viernes, septiembre 20
Reparo
Yo, Rosa y su familia vivimos en este pueblo hace muchos años. Tuve la suerte de conocer a su hija María. Cuando ella tenía diecinueve (hará unos diez años atrás creo), una mañana caminaba hacia la parada del colectivo y fue atropellada por un chico que andaba en bicicleta. Pese a que no la golpeó muy fuerte, la muerte quiso llevarse a la joven María, cuando al caer su cabeza impactó el cordón de la vereda y desfalleció en el acto. El duelo fue largo, la lloraron y extrañaron, porque cuando una hermosa flor es arrancada, siempre se hace más duro el pesar y más terco el recuerdo. Sin embargo, la familia tomó la decisión de donar el cuerpo de la muchacha a la salud pública, es sabido que los cuerpos jóvenes siempre son bienvenidos y necesarios.
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