
Toda la blancura se me hizo lienzo y con los fósforos de la ira encendí el retrato de la injuria, una marca de nacimiento en los labios, y el beso de buenas noches apestado en pesadillas. La mueca del niño, que en sus brazos lleva una tarde noche de verano con el secreto viejo y ámbar de su madre como un asco incauto.
Toda esa tradición inventada tiempo atrás, que ahora en mis manos olvidaderas, comienza a desvanecerse.